Violeta iba caminando por las calles de Dundalk (Irlanda), una ciudad marítima famosa
por el Salmón. Vestida con la camisa verdosa de los miércoles y chaqueta
marrón que había soportado tantos inviernos.
Entro en el pub O'Sullivan's, pidió un whisky irlandés con
hielo y sentándose en la barra, se dispuso a releer lo que llevaba escrito para
su próximo libro de poemas.
La gente se fue yendo poco a poco pero ella, seguía ensimismada, no había lugar para la relajación se acercaba la fecha de entrega que le había señalado la
editorial. A todo esto y sin que Violeta se diera cuenta, una chica se había
sentado a su lado. La miró de reojo. Era una pelirroja de ojos verdosos que se
había pedido un té negro.
Sin previo aviso empezaron a charlar desde romper el hielo
con cualquier tópico, a risas encadenadas. Se fueron al muelle juntas para
terminar la madrugada y quedar para el día siguiente.
Gracias a, Maya, terminó con el último poema que le quedaba.
Esperanza
Brisa de madrugada,
compañera de corazón
aterciopelado.
Andas sola y sin
aliento,
acaparas la noche
estrellada
con tu agonía de
viento maldito.
Llevas la piel
manchada,
sucia de tanto andar.
Ya no habrá silencio,
sino voz que desarrolla el pensamiento.
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